“Nos alzamos unidas, y pedimos a los gobiernos que aseguren nuestra protección como personas defensoras de los derechos humanos. Esto nos permitirá seguir ejerciendo nuestra labor y misión”
El espacio de la sociedad civil —abierto y participativo— es la base de una sociedad que funciona, en la que nuestra capacidad para organizarnos, unirnos, expresarnos y protestar es el fundamento que vertebra nuestros derechos y libertades. En una sociedad que avanza, estos derechos y libertades no solo están protegidos, sino que se anima a ejercerlos libremente, sin trabas ni obstáculos.
Desafortunadamente, la persecución y criminalización de nuestro trabajo es visible y no es nada nuevo, sino que forma parte de un goteo histórico y constante que se hace más evidente cuando nuestra voz resuena con más fuerza, por la necesidad de documentar y denunciar las graves vulneraciones de derechos del entorno que nos rodea, un compromiso que seguimos defendiendo.
Hoy alzamos la voz por las más de 105 defensoras de derechos humanos de la EuroMediterránea que desde nuestros espacios defendemos la lucha contra el racismo y el fascismo, contra la ocupación y el genocidio, la lucha por la tierra, el ecologismo y por la vivienda, la lucha por la soberanía y la autodeterminación, la lucha por los derechos de las mujeres, la salud y los derechos sexuales y reproductivos, la lucha por los derechos de las personas LGBTIQ+, la lucha por los derechos laborales, entre muchos otros. A pesar de las diferencias de nuestras luchas, nos junta una causa común: el derecho a defender la vida. Nuestra labor se rige por el compromiso de hacer visible todo lo que el poder quiere invisibilizar. Somos una figura perseverante y reconocida en el ámbito internacional, una generación que precede a una infinidad de defensoras de derechos que, desde hace décadas, nos han enseñado que el cambio es tan posible como inevitable.
Sin embargo, condenamos firmemente que si bien nuestra labor es fundamental —y debería protegerse y asegurarse de manera legítima— se ataca y limita deliberada y sistemáticamente. Hace años que nuestro trabajo se ve sometido a la criminalización y persecución que cada vez se perfecciona más. Estas se van adaptando a las posibilidades y tácticas disponibles, aprovechándose inevitablemente de la tecnología para silenciar. Esta represión se materializa a través de múltiples expresiones: ataques y amenazas que adoptan múltiples formas como agresiones y amenazas verbales, vigilancia y espionaje patrocinados por los estados, campañas de difamación, amenazas y acoso digital, litigios estratégicos contra la participación pública (SLAPPS), incursiones y ataques a nuestras oficinas, censura, controles administrativos excesivos, limitación y recortes de financiamiento… en algunos casos, ataques que terminan con el exilio, la decisión de abandonar nuestra misión o incluso con el asesinato.
En los últimos 7 meses, han asesinado un número doloroso de defensores de derechos humanos en la Franja de Gaza. Es importante reconocer que la escalada de la represión nos conecta: Israel utiliza y abusa de Palestina como laboratorio de pruebas de opresión, tecnología y vigilancia de métodos de control y separación de la población, tecnología que posteriormente se exporta en materia de ocupación en toda la región. Los equipos de vigilancia masiva, drones y tecnología de reconocimiento facial, cada vez más presentes en nuestra cotidianidad, reducen las posibilidades democráticas y aumentan las inclinaciones autoritarias. Pero vivimos en una rueda constante, en la que ante los ataques sistemáticos, seguimos trabajando para documentar las constantes vulneraciones de derechos humanos, demasiado numerosas para abarcarlas en su totalidad. Somos plenamente conscientes del profundo costo y el desgaste físico y psicológico que conlleva en nuestro trabajo.
Vivimos un tiempo realmente aterrador: ante uno de los peores episodios en la historia más reciente, la credibilidad de los organismos internacionales está en juego. Lo que sucede en Palestina supone un nuevo precedente que nos enseña que ningún lugar del mundo es inmune y está fuera de peligro. Estamos siendo testigos del deterioro del espacio para defender nuestros derechos, convirtiéndolo en un espacio cada vez más cerrado y limitado.
Desde el Sáhara Occidental hasta Egipto, del Líbano a Túnez, de Marruecos a Siria, desde Córcega hasta Italia, de Iraq a Grecia, de Francia al Kurdistán, de Palestina al Estado Español, prenem la veu i el compromís col·lectiu de continuar lluitant perquè sabem que la nostra acció sacseja el món sencer, qüestiona el poder i fa d’altaveu, empoderant a les noves generacions a sumar-se a una altra història, que fa anys que s’escriu, per la defensa dels nostres drets. Si la repressió arreu del món s’estructura, relaciona i utilitza les mateixes eines i estratègies per reprimir i silenciar-nos, nosaltres ens alcem en un front, també compartit, contra l’autoritarisme i promoure el dret a defensar la vida a la Mediterrània.
La escalada del autoritarismo en la región y la persecución que vivimos son inaceptables y esbozan una crisis global que requiere una respuesta colectiva e inmediata. Estamos aquí y, ante la represión a la que nos enfrentamos, renunciamos a convertirnos en actores pasivos. Ante la voluntad de dividirnos y desmovilizarnos, nos alzamos unidas, y pedimos a los gobiernos que aseguren nuestra protección como personas defensoras de los derechos humanos. Esto nos permitirá seguir ejerciendo nuestra labor y misión.
Sin nuestra labor, voz, dedicación y compromiso, no solo nosotros estamos en peligro, sino los miles de personas a las que defendemos y acompañamos.
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Fotografía de una de las mesas redondas del Seminario en defensa y protección del espacio cívico ante la vigilancia masiva en la Euromediterránea #AlHimaya